Acciones artísticas de memoria sobre la desaparición forzada en México y ColombiaJuan C. Portela y Astrid V. Suárez

La desaparición forzada ha sido una de las formas de violencia más trágicas experimentadas por las sociedades latinoamericanas contemporáneas. México y Colombia son dos de los países en dónde esta situación adquiere mayor notoriedad. En México, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas contabiliza 95.601 casos de personas desaparecidas entre 1964-2022.[1] En Colombia datos consolidados en conjunto entre la Justicia Especial para la Paz (JEP), la Comisión de la Verdad (CEV) y el Human Rights Data Analysis Group (HRDAG) reporta 121.768 víctimas de desaparición forzada en el marco del conflicto armado entre los años 1985-2016, aunque estima que la cifra puede alcanzar los 210.000 casos (Comisión de la Verdad, 2022)

En este contexto, organizaciones de familiares han liderado procesos de movilización en torno a la desaparición forzada a través de los cuales han representado públicamente sus experiencias de dolor. Una parte central en sus acciones ha sido la búsqueda de generar sentimientos de solidaridad por parte de otros actores sociales con el fin de sustentar procesos de reparación a su situación social. En términos de Alexander (2004), los familiares han buscado construir simbólicamente el trauma de la desaparición forzada, representarlo en distintos ámbitos sociales y apoyar la necesidad de justicia en términos que sean compartidos por la sociedad en su conjunto.

En este proceso han sido acompañados por actores solidarios que, desde distintas esferas, han contribuido a posicionar las narrativas y demandas del movimiento. Se trata de actores que contribuyen a traducir las experiencias de los familiares en lenguajes específicos de distintas esferas sociales. Los artistas han jugado un rol central en tanto su manejo del lenguaje audiovisual, plástico y performativo les habilita para construir representaciones que pueden ser distribuidas a través de los circuitos artísticos o bien apropiadas por actores sociales en el curso de acciones colectivas. Además, las familias han generado su propio acervo estético a través del uso expresivo de formas de vestir, el despliegue de cantos y arengas, y la puesta en escena de prácticas espirituales para conjurar el dolor.

Con el objetivo de trazar algunas tendencias en la creación artística sobre la desaparición forzada, hemos identificado diversas acciones artísticas de memoria que han tenido lugar en Colombia y México desde 1990, y hemos observado los escenarios donde se han ubicado, las materialidades que han generado y utilizado, y las temporalidades a las que se han integrado.[2]

 

Escenarios

Las acciones artísticas suelen concentrarse en tres tipos de escenarios: museos o circuitos culturales, muros urbanos y redes sociales virtuales. Un conjunto de 15 obras se ubica en los museos. Por lo general han buscado generar identificación del espectador con la experiencia de la desaparición. Así, en la obra Nivel de confianza (2015), el artista Rafael Lozano creó una propuesta interactiva que propone el sistema de reconocimiento facial. De esta manera el espectador se sitúa frente a una pantalla que inicia el proceso de coincidencias faciales con los rostros de los desaparecidos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en Guerrero (México) de 2014. El resultado siempre es negativo, con lo cual aparecen mensajes como “los seguimos buscando” y “ellos son como nosotros” (imagen 1).

Imagen 1. Nivel de Confianza

Fuente: Sitio Web del artista Rafael Lozano

Por su parte, el artista colombiano Oscar Muñoz con su obra Aliento (1995) realizó una exposición conformada por espejos de acero inoxidable que reflejaban el rostro de quien lo estaba mirando, pero si se soplaba sobre él se cambiaba su reflejo por el rostro de un desaparecido. Tan solo el aliento era suficiente para regresar a la vida la imagen del no identificado.

Los muros son otro tipo de escenarios comunes, que han servido como grandes bastidores para denunciar y enrostrar la continua desaparición forzada. Tanto en México como en Colombia se han intervenido paredes en espacios públicos con grafitis y murales. El mural realizado en Guadalajara por la artista Uruguaya Florencia Fitz (2017) denuncia la desaparición de una joven mujer llamada Rocío Lozano junto a la frase “Que mi búsqueda no te sea indiferente” (imagen 2). El artista Italiano Júpiter Fab (2019) realizó el mural «Ni todos los sueños, ni todas las voces pueden ser disueltas en ácido” en la Federación de Estudiantes Universitarios de Jalisco, para no olvidar a los ocho mil desaparecidos de ese estado.

Imagen 2. Mural en honor a la joven Rocío lozano

Fuente: Maricarmen Galindo

Por su parte, en Colombia los artistas pintan grafitis en las calles de la capital y ciudades principales. Un grafiti de Toxicómano (2019) muestra el rostro de una mujer afro, acompañada con la frase “la angustia no me deja dormir” y el hashtag #Aquífaltaalguien. El mural de la artista Erre (2019) “¿Qué fue lo que les pasó?” es otro ejemplo de un intento por interpelar a los transeúntes sobre la desaparición (imagen 3).

Imagen 3. “La angustia no me deja dormir”.

Fuente: Noticia “Erre y Toxicómano se aliaron con la Cruz Roja para protestar contra la desaparición”, Revista Semana, 22 de abril de 2019.

Finalmente, en las redes sociales virtuales se encuentran obras como La gota derramada, de Felipe Erhenberg, Gabriel Macotela y Marco Límenes, entre otros. Este proyecto de creación colectiva convocó a los artistas a expresar su sentir sobre lo ocurrido con los estudiantes de Ayotzinapa. Esta gran colección testimonial de obras artísticas sobre la desaparición forzada no fue expuesta en museos como expresión de rechazo a la institucionalidad oficial: “Nuestras obras no serán exhibidas en espacios oficiales o en los de la iniciativa privada. Expondremos nuestros testimonios por todos los medios de información, así como a través del universo virtual.”[3] De manera similar, las artistas mexicanas Victoria Roberts y Andrea Arroyo crearon el proyecto Tributo a los desaparecidos (2014). Convocaron mediante Facebook a realizar colectivamente un mosaico virtual que abordara lo ocurrido con los estudiantes de Ayotzinapa y las mujeres de Juárez. La creación contó con la colaboración de artistas de Estados Unidos, Canadá, Europa, Asia y Australia. En Colombia no se encontraron obras realizadas por artistas a través de los medios virtuales, aunque existen iniciativas promovidas por algunos museos que, no obstante, no trascienden a la opinión pública.

 

Materialidades

En cuanto a las materialidades, el uso de las fotografías de los desaparecidos es una constante en casi todas las obras artísticas y acciones colectivas. La presentación varía según la técnica empleada. Algunas obras parten de las fotografías en formato tipo carné de los desaparecidos y a partir de allí amplían la imagen, la intervienen añadiendo colores, frases y texturas. Otras hacen parte de la obra sin intervenirlas, se pintan o proyectan en muros, telas, espejos o terrenos baldíos. También se da la duplicación de la imagen a través de dibujar los rostros con la flama de una vela, como lo hace Steven Spazuk, o construir la imagen a partir unir diminutas piezas de lego, como lo hizo Ai Weiwei con los rostros de los 43 normalistas de Ayotzinapa. De igual modo, las familias se caracterizan por hacer uso de fotografías de sus desaparecidas y desaparecidos estampadas en sus camisetas o impresas en carteles.

El uso de pañuelos o colchas bordadas es una práctica que tienen en común los países de América Latina que luchan contra la desaparición forzada. Se trata principalmente de creaciones convocadas por colectivos de familiares de las y los desaparecidos o voluntarios solidarios que se unen a la causa (imagen 4). El uso de bordados suele ir de la mano con narrativas que enfatizan la reconstrucción del tejido colectivo y subjetivo. El proceso mismo de bordar se hace ocasionalmente de forma colectiva en espacios en donde madres comparten sus experiencias.

Imagen 4. Bordados del taller “Tejer la memoria” organizado por las Madres de la Candelaria-Línea Fundadora (Medellín, Colombia).

Fuente: Archivo personal de la líder Amparo Mejía

Algunos artistas han integrado algunas de estas materialidades a sus obras. Principalmente esto ocurre con objetos como zapatos y pancartas, elementos recurrentes en los repertorios de movilización de los familiares que poco a poco se han incorporado a la esfera artística. Al respecto se destaca la obra Huellas de la Memoria (2015) del artista Alfredo López Casanova, una muestra de zapatos donados por los familiares de los desaparecidos en México en cuyas suelas se tallaron los mensajes enviados por ellos.

La generación de antimonumentos constituye una importante cristalización material de la movilización en torno a la desaparición forzada a través de las cuales se expresa la crítica hacia los monumentos oficiales. Un ejemplo en este sentido es la instalación del antimonumento “+43” en el cruce de Avenida Reforma, Bucareli y Juárez en honor a los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa (Imagen 5). Esta instalación escultórica de autoría colectiva contó con el acompañamiento de las familias de los estudiantes y colaboradores solidarios del movimiento que, sin negociaciones previas ni ayudas estatales, decidieron incrustar su memoria en el centro de la ciudad para exponer en la esfera pública el dolor y vulnerabilidad de la vida. En Colombia no se han encontrado monumentos ni antimonumentos en homenaje a los desaparecidos. Las familias y organizaciones sociales expresan que tienen monumentos por sus desaparecidos, pero son acciones artísticas realizadas por ellos mismos en pequeño formato, como un altar, un muro con los nombres pintados de los desaparecidos o un árbol sembrado.

Imagen 5. Familiares de las y los desaparecidos en el Antimonumento +43

Fuente: Noticia “Instalan antimonumento contra la impunidad por Ayotzinapa”, La Jornada, 27 de abril de 2015.

Por otra parte, la toma de lugares públicos emblemáticos es un repertorio que comparten familiares en ambos países: el Ángel de la Independencia en la Ciudad de México y la Catedral Basílica de la Virgen de la Candelaria en Medellín son espacios de expresión de memoria a donde acuden familiares con regularidad para exponer su situación social.

 

Temporalidades

Colombia y México se comparten la conmemoración del día internacional de la desaparición forzada. Las obras de los artistas fueron expuestas el día o la semana siguiente al 30 de agosto. Llama la atención que en México exista otra fecha para recordar a las y los desaparecidos que se instituye a partir de lo ocurrido el 26 de septiembre de 2014 en Ayotzinapa. Esta fecha es la más reconocida por parte de los colectivos y organizaciones sociales. Además, algunas familias mexicanas festejan el cumpleaños de las personas desaparecidas en un ámbito privado, pero debido a la transparencia de las redes sociales cada vez es más público este tipo de prácticas. Esta situación no parece darse en Colombia o aún permanece en la esfera íntima.

 

A modo de cierre

Las principales protagonistas en la construcción simbólica del trauma de la desaparición son las madres, bien sea como activistas individuales o agrupadas en colectivos sociales u organizaciones civiles. A través de sus repertorios de acción colectiva, han generado un gran reservorio expresivo que apunta a lograr esta construcción simbólica. Artistas también han contribuido mediante la creación de obras que buscan despertar sentimientos de empatía entre actores sociales que no han pasado por estos acontecimientos. Suele haber una distancia entre creación para circuitos artísticos y creación al interior las organizaciones de familiares, pero cada vez es más común que la generación de acciones artísticas de memoria sea resultado de la imbricación entre artistas y familiares. Continuar esta tendencia será relevante para construir representaciones simbólicas con mayor capacidad de persuadir a la sociedad en su conjunto sobre el drama de la desaparición forzada.

 

Referencias bibliográficas

Alexander, J. C., Eyerman, R., Giesen, B., Smelser, N. J., & Sztompka, P. (2004). Cultural Trauma and Collective Identity. University of California Press.

Comisión de la Verdad. (2022). Hasta la guerra tiene límites. Violaciones de los derechos humanos, infracciones al derecho internacional humanitario y responsabilidades colectivas (N.o 4; Hay futuro si hay verdad: Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.). Comisión de la Verdad. https://www.comisiondelaverdad.co/hasta-la-guerra-tiene-limites

 

[1] Datos disponibles en https://versionpublicarnpdno.segob.gob.mx/Dashboard/ContextoGeneral Consultado el 15 de diciembre de 2022.

[2] Para este texto analizamos un corpus de 45 acciones. Tomamos como punto de partida la década de 1990 porque es el momento en que el fenómeno de la desaparición forzada toma mayor relevancia en el espacio público. Inicialmente en Colombia a raíz del incremento de la violencia en el contexto del narcotráfico, la búsqueda de desaparecidos durante la toma del Palacio de Justicia en 1985 y el crecimiento de un lenguaje de los derechos humanos en las luchas sociales. En el caso de México, durante esa década se reconoce sólo al desparecido por razones políticas (el “detenido-desaparecido”) y ya a inicios del 2000 pero principalmente en la década del 2010 inicia el reconocimiento de la desaparición forzada por motivos no políticos.

[3] “Ayotzinapa en el arte, un catálogo temático”, en Otro Ángulo, 26 de septiembre de 2020. Disponible en: https://www.otroangulo.info/arte/ayotzinapa-en-el-arte-un-catalogo-tematico/

Juan Camilo Portela García

Antropólogo. Doctor en Investigación en Ciencias Sociales con mención en Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede México (Flacso-México) e Investigador Posdoctoral en la Universidad Autónoma de Coahuila. Integrante de la Asociación Colombiana de Antropología (ACANT) y del Collective of Agrarian Scholar-Activists from the South (CASAS). Sus temas de investigación son las relaciones entre protesta, cultura y cambio social

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