El Deshabitado, de Javier SiciliaJohan Gordillo García

El Deshabitado, de Javier Sicilia

El Deshabitado es un punto que pone Javier Sicilia a su vida de novelista; puede ser punto final o punto y aparte, incluso podrían ser puntos suspensivos —porque menciona la posibilidad de escribir una novela biográfica completa después—, pero es punto al fin y al cabo. Ese anuncio en las primeras páginas se lee, como toda la novela, con la voz profunda y grave de Javier, esa voz cuyo eco ha resonado en incontables lugares y cuyo efecto para el país escapa a lo mensurable.

A mediados del año pasado, escribía las últimas líneas de mi tesis de maestría, sobre el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD). Una tarde platiqué con Javier Sicilia en el café Alondra, en Cuernavaca. Ahí me comentó que estaba escribiendo un libro en el que narraba cómo vivió todo, sintiéndose atrapado en una escafandra, y enfatizó, como hace poco en entrevista para Proceso, que sería una novela “muy cabrona” que no le gustará a muchos. Puedo asegurar que no exageró.

El libro se divide en dos partes —El abismo y El rumor— que se desarrollan en dos tiempos con capítulos intercalados. El primer tiempo comienza con la llegada de Javier e Isolda, su compañera, al Arca de Saint Antoine l’Abbaye —comunidad fundada en Francia por Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi, en 1948— para alcanzar a su hija Estefanía y su nieto Diego a finales de 2012, y termina con su regreso a México; el segundo inicia con la interrupción de su estancia en Filipinas por el anuncio del asesinato de su hijo Juan Francisco, el 28 de marzo de 2011, y finaliza con la caravana que hizo el MPJD en Estados Unidos.

Javier Sicilia, El Deshabitado, México, Proceso, Grijalbo, 2016

Javier Sicilia, El Deshabitado, México, Proceso, Grijalbo, 2016

Aunque la mayor parte del libro se desarrolla en tercera persona, el primer tiempo que menciono es una narración mucho más personal, en la que el lector conoce al personaje, Sicilia, en la intimidad, con sus experiencias y miedos de la infancia, anécdotas de su adolescencia, reflexiones teológicas y religiosas, meditaciones sobre los aprendizajes de la no-violencia y con sus percepciones de cómo otros lo ven —particularmente su hija, quien al inicio le reclama “nunca estuviste. Siempre tomaste las causas de todos. ¿Pero escuchaste alguna vez los gritos que te pedían que estuvieras con nosotros?” Al avanzar por esas páginas, llega a un punto en que, al menos por unos segundos, quien sostiene el libro en sus manos entra a la escafandra en que Javier vivió todo; las palabras llevan la realidad a ese pequeño espacio en el que todo pierde claridad.

La línea narrativa que inicia en Filipinas será la preferida por las y los estudiosos de los movimientos sociales. Con su prosa poética, Javier Sicilia aporta un instrumento invaluable para la sociología política, porque da cuenta del nada sencillo proceso de construcción y fortalecimiento del MPJD. Melucci (1999) señaló acertadamente que nunca debe tomarse un movimiento social como algo dado: “en la actualidad se habla de un ‘movimiento’ como una unidad a la que se atribuyen objetivos, elecciones, intereses y decisiones. Pero esta pretendida unidad es un resultado más que un punto de partida […]. Una acción colectiva no puede ser explicada sin tomar en cuenta cómo son movilizados los recursos internos y externos, cómo las estructuras organizativas son erigidas y mantenidas, cómo las funciones de liderazgo son garantizadas. Lo que empíricamente se denomina un ‘movimiento social’ es un sistema de acción que conecta orientaciones y propósitos plurales. Una sola acción colectiva, además, contiene diferentes tipos de comportamiento y, por tanto, el análisis debe romper esta unidad aparente y descubrir los distintos elementos que convergen en ella y que posiblemente tienen diferentes consecuencias”. El testimonio que contiene el libro será útil para quienes se apeguen a la perspectiva del autor italiano.

Curiosamente, Javier Sicilia no coincide del todo con haber liderado un movimiento social. Primero asegura que “… lo que habían sido marchas y eventos improvisados comenzó […] a convertirse en un movimiento. Se instaló el campamento, se abrió una página electrónica y una cuenta de Twitter, se echaron a andar las redes sociales, se formó un equipo para organizar la marcha, y la prensa comenzó a focalizarse en aquella movilización que empezaba a nombrar el horror. Una especie de milagro cívico, nacido de la tragedia de un poeta, emergía de una comunidad pobre, inestable y humillada que se levantaba junto a los muros del poder, bajo el símbolo de una pobre ofrenda hecha de cruces de palo, de fotografías y de mantas que conmemoraban a unos muchachos asesinados.” Más adelante, sin embargo, apunta: “Yo nunca pensé en un movimiento. Eso vino de Pietro [Ameglio] y de los amigos de la izquierda cristiana. ¿De qué manera podría crearse un movimiento que no se planeó, que nació de la indignación y de una intuición profunda que íbamos componiendo a semejanza de un poema? Nunca, creo, hubo un movimiento, y si lo hubo —no sé si me equivoqué— me negué a institucionalizarlo […]. La mejor forma de corromper algo es institucionalizarlo, volverlo dependiente de necesidades económicas. No se institucionaliza lo que nace del amor, de la gratuidad. Lo vi siempre como una coalición que […] se fue diluyendo conforme lograban cosas o se decepcionaba la gente. Lo que queda es lo que siempre ha sido: una inmensa fuerza moral y esto que soy ahora y no sé quién o qué es”.

Como respuesta, diré que no comparto la apreciación. El MPJD fue un movimiento social ­—un desafío sostenido a quienes se encuentran en el poder, en nombre de una población que habita bajo la jurisdicción de esas autoridades, mediante demostraciones públicas de su dignidad, unidad, número y compromiso (Tarrow y Tilly, 2009)— que, como reconoce Javier en la novela, “no sólo puso en el centro de la discusión pública el significado moral de la política, sino que comenzó a instalar en la médula de la conciencia ciudadana a las víctimas como sujetos sociales y responsabilidad del Estado”. La discusión, por supuesto, puede ser amplia y muy plural.

Sea como fuere, este tiempo de la narración es también valioso para quienes se interesan en el estudio del lenguaje y los símbolos. Para el gobierno mexicano, particularmente el de Felipe Calderón —a quien Sicilia describe como Gerión, “ese ser con rostro de hombre honesto y cuerpo de serpiente, multicolor y alado, cuya cola termina en una punta venenosa y que custodia el octavo círculo del infierno de Dante, el de los fraudulentos que siembran las discordias y las guerras civiles”—, en el país no había víctimas en la guerra contra el crimen organizado, sólo daños colaterales y casos aislados. Al respecto, Javier Sicilia reflexiona: “Cuarenta mil muertos, diez mil desaparecidos. En toda nuestra jodida vida hemos visto cincuenta mil seres humanos juntos. No podríamos siquiera verlos, y si los viéramos serían como esa marea borrosa, llena de puntitos de colores, que vemos en un estadio. Nadie, mucho menos el pendejo de Calderón, podría distinguir allí un rostro, una historia […]. Por eso sólo hasta ahora que salieron se ha podido reconocer la realidad carnal de las víctimas, sus rostros, su peso humano de horror”.

En este entendido, el MPJD fue el primer actor colectivo que en el ámbito nacional e internacional visibilizó y dio voz a las víctimas ocultas

El Deshabitado, de Javier Sicilia

El Deshabitado, de Javier Sicilia

de la violencia, del abuso de poder, de las violaciones a los derechos humanos; el movimiento puso en el centro de sus acciones y discurso a estas víctimas, buscando nombrarlas, dignificarlas y honrarlas con la memoria. Hacerlo, podrán leer, no fue fácil. Javier narra todas las noches en las que junto a Tomás Calvillo construyó el discurso político del MPJD, ese discurso con el que enfrentó legítimamente al gobierno. De igual forma, Sicilia plasmó el proceso en que se planeaban estratégicamente —o no— las acciones disruptivas y de diálogo, en las que muchos criticaron una priorización de la institucionalidad sobre la protesta. Vale apuntar cómo Javier personaliza esta disyuntiva en las “profundas diferencias” entre Pietro Ameglio ­y Emilio Álvarez Icaza, “El Patrón”.

Es relevante también la reflexión sobre la promulgación de la Ley General de Víctimas por parte de Enrique Peña Nieto —“un nuevo Gerión […]. Un hombre intelectualmente pobre y también violento […], frío, ajeno al sentimiento”—: “Sé […] que no servirá de gran cosa. La política mexicana es siempre predecible y los priistas, como siempre, tratarán a través de esa ley de maquillar la realidad […]. Pero nosotros, frente al entrampamiento electoral de la nación, sólo tenemos esa ley para enfrentar el desastre. Es ella o nada”.

Tanto en la izquierda cuanto en la derecha, hay gente a quien produce escozor tan sólo escuchar el nombre de Javier Sicilia, y cuyos argumentos ad hominem son tan constantes que imposibilitan cualquier tipo de discusión. Estas personas, considero, son quienes más pronto deberían leer El Deshabitado, aunque, claro, no lo harán. En particular, quienes aún le reprochan no haber apoyado a Andrés Manuel López Obrador en las elecciones federales de 2012 podrían ir directo a los capítulos 22 y 23, donde Sicilia plantea que el líder de Morena se ostenta como poseedor del “monopolio de la moral”. Ya de paso, para tener una interpretación más amplia del por qué besar y abrazar a personajes tan cuestionables como Felipe Calderón o Manlio Fabio Beltrones, les invito a leer el capítulo 21.

A pesar de la carga política y subversiva del libro, también hay pasajes indescriptiblemente emotivos, cuyas páginas quedan manchadas con lágrimas tras su lectura. La recepción de la noticia del asesinato, los pensamientos que Julián LeBarón dirige a Juanelo, la explicación del porqué Javier perdonó a los asesinos, y los varios párrafos en que piensa en los últimos minutos de su hijo en una casa de seguridad… cada una de las líneas que componen estos párrafos son desgarradoras.

Hay una parte del libro que cobra especial relevancia por lo acontecido en fechas recientes. En el anexo de la novela, junto a varios discursos, se replican las cartas que el subcomandante Marcos, en su papel de vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), envió a Javier Sicilia para marcar su distanciamiento respecto al MPJD —que se dio luego de que Sicilia pidió posponer un encuentro de víctimas en Oventic, que el EZLN planeaba para agosto de 2011, y porque Emilio Álvarez Icaza comentó que en esa época el caracol se “inunda.” Marcos calificó de “estúpido y ruin” el comentario. Como se sabe, hace apenas unas semanas el EZLN anunció su intención de presentar a una indígena como candidata independiente a la Presidencia de la República; ante ello, Sicilia invitó al EZLN a convocar a un encuentro “amplio, al que asistan […] organizaciones para intentar caminar juntos, y juntos intentar transformar a la nación. Se trata de reunirnos a conversar y a buscar ese camino juntos, para que juntos hagamos que ‘retiemble en su centro la tierra’, no con el ‘rugir del cañón’, sino con la sabiduría de lo humano.” ¿Podría esto implicar una nueva etapa en las acciones de los movimientos sociales de víctimas en el país? El tiempo dará respuestas.

 

Referencias

Melucci, A. (1999). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. México: El Colegio de México, pp. 37-38.

Tarrow, S. y Tilly, C. (2009). Contentious Politics and Social Movements. En Boix, C. Stokes, S. (eds.), The Oxford Handbook of Comparative Politics (pp. 435-460). Oxford: Oxford University Press.

Johan Gordillo García

Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. Ganador del Premio Adrián Lajous Martínez 2015, que otorga la institución a las mejores tesis de licenciatura, maestría y doctorado, por la tesis Ley General de Víctimas, un resultado político del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Entre sus líneas de investigación están la acción colectiva, movimientos sociales, derechos humanos, cultura política y participación ciudadana.

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