En Game of Thrones (GOT), obra audiovisual considerada maestra incluso mientras aún no se terminaba de producir —no hablaremos de su desafortunado final, el cual está por verse—, hay diversos personajes que hablan sobre pagar el precio del acero, es decir, usar la espada templada de hierro, atravesando el cuello y desmembrando la cabeza.
Esta serie, intitulada como el primero de los libros de la saga Canción de hielo y fuego del genial George R. R. Martin, empieza de hecho con el entorno de ese personaje que mueve a la compasión y a la amistad: Ned Stark. De bote pronto, los que sí son ingenuos dirán que la ingenuidad fue de hecho la principal responsable de su muerte. No fue así, quizá lo que le ganó fue en realidad la soberbia. Pero lo que lo mató realmente fue su convicción política: así fue como pagó el precio del acero, the iron price.
A esta convicción la acompañó el credo y la amistad con su amigo de armas, el rey Robert Baratheon, aristócrata como él, un usurpador que había accedido al trono imperial mediante la política hecha entre los señores feudales, la gente común y la fuerza del armamento. Este mote de usurpador era el término usual para referirse a estos «arribistas» militares durante la época medieval, fuente inspiracional primaria de Martin. Así lo usa, por ejemplo, Pselo en su Cronografía.
Son varios los ejemplos en la serie que remiten a este precio por pagar, pero aquí no me interesa del todo devanar cada uno de los ejemplos dentro de la serie televisiva. En el plano de lo concreto, poca gente combina esa convicción al grado de jugarse el pellejo para defender sus convicciones; por eso se vuelven ejemplos permanentes.
En la historia de México nuestro más cercano referente —aunque hay otros, gente con y sin nombre también que murió por las mismas razones pero no «hizo historia», pensando en Eric. R. Wolf— es Ignacio Madero. Mártir de la democracia, le han dicho. Y lo es.
El significado del martirismo o del mártir no es menor en la historia y en la política. Si lo pensamos, Jesús, clavado en la cruz (un castigo romano también referenciado en GOT), fue un mártir y murió por sus convicciones también. Impactó a mucha gente, por lo que hay razones fuertes para creer que existió en carne y hueso, pero en definitiva no como nos lo han pintado. Ernest Renan, quien fue pionero en muchos campos, incluyendo el histórico, fue el que contribuyó a lanzar la bomba con este pensamiento. Si fue divino o no, eso ya les quedará a otras personas decidir y, de nuevo, aquí no es lo importante.
Así, no es extraño que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) haya mencionado, no sé si muchas veces, que Jesús ha sido el mayor luchador social. Su partido abandera a la Morena porque la Virgen es la patrona (¿o matrona?) de jure y de facto de la Ciudad de México y de otras tantas ciudades del país. Ningún símbolo mueve a más personas. Cualquiera lo ha atestigüado: en diciembre, cuando miles de personas se movilizan para su adoración provenientes desde los lugares más recónditos.
Fue Benjamin el que contribuyó a enseñarnos la importancia del mártir a través del mesianismo. Pocos han caído en la cuenta de esto, pero México no había tenido un perfil en el culmen de la esfera política tan asociado al historiador como sí lo tiene AMLO, que ha contribuido a escribir una historia de Tabasco a través de distintos libros.
Otro ejemplo, doloroso como el de Madero, es el de nuestro Salvador Allende, el cual trascendió de forma trágica e incisiva en su país, América y en todo el mundo. Hombre formado en las universidades, un «profesional de la patria» (al que apeló en esa última alocución), fue ejemplo de que la lucha se junta con la mirada aguda, reposada y tristemente, con la noción de que a veces uno debe estar dispuesto a morir: memento mori. Al menos, saber que es una posibilidad. Huírle, claro, pero saber que eso está allí en la lucha política.
Los disidentes en las calles, en los medios alternativos, los punks que nos comparten su música reflexiva, los comediantes que se arriesgan a ser golpeados en público como Chris Rock, saben con toda perfección que están arriesgando el pellejo. Entonces, nadie es ingenuo, la política no se juega allí. Al menos no en los órdenes de Madero y Allende. Mi maestra Josefina Mac Gregor nos compartió este credo: Madero no fue un ingenuo. Él también venía de un proceso formativo de alto rendimiento intelectual, en Estados Unidos de América, y lo conjugaba con el capital económico para su práctica política. Otra cosa que pienso: no se le puede pedir absoluta congruencia a nadie porque eso no existe. Uno no se hace químicamente puro a través de una ideología. Esta frase muy duramente científica se la debo a Juan Ortega y Medina.
Si uno se pone a ver entrevistas que le hicieron a Allende alrededor de esos momentos definitivos que lo llevaron a su muerte (les invito a buscarlas en YouTube), percibirá que esa idea lo atormentaba: le daba profundo miedo ¿A quién no? Pero tuvo que trascenderlo porque sabía del poder de su muerte.
Así lo dijo en esa última alocución: «colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo». Fue ese un «momento definitivo», lo dijo él, para Chile, y ahora yo lo digo, también para nuestra América. Fue una triste y rara coincidencia que su muerte, el 11 de septiembre de 1973, coincidiera como efeméride con un hecho destructivo que transformó al principal abanderado del imperialismo en su época y también ahora: Estados Unidos. La ambigüedad de su muerte, la falta de precisión, pese a ser un infortunio es parte de esta idea. Tenía un arma Kalashinkov, cuerno de chivo le dicen en México, obsequiada por Fidel Castro; que sabía usar.
Las palabras importan, conforman mundos, nos dice Gayatri Spivak. Allende entendía esto con toda la claridad. Las personas que están haciendo política por otros medios, como señala mi maestro Jorge Cadena Roa, lo saben perfectamente.
Pensar en estas personas como ingenuas es una falta de respeto. La historia, además, tiene un componente moral que no se puede eludir. Está anclada a la vida y a su proceso formativo, lo comentaron los autores de Historia, ¿para qué? Lo importante es recordar las palabras y recordar a las personas en su justa medida, personas que trascendieron para siempre como Madero, Allende y hasta nuestro querido Ned Stark.
Escuchar: Última alocución de Salvador Allende. 11 de septiembre, 1973.