La pandemia de COVID-19 que está azotando el mundo, no es solamente un problema de salud pública. Las respuestas de los estados frente a los centenares de miles de contagiados, muertos, personas en aislamiento, están poniendo en evidencia y amplificando de manera exponencial las consecuencias de un modelo social, cultural y económico que ha guiado las políticas públicas en las últimas décadas: el modelo neoliberal.
Como todo sistema de dominación, el modelo neoliberal es un modelo cultural además de económico que se caracteriza por adherir a los principios del darwinismo social. Un modelo en el cual el dominio entre los seres vivientes y sobre la naturaleza, la jerarquía, el individualismo extremo, el egoísmo y el narcisismo, entre otras cosas, son el orden natural de las cosas. Son los valores egoístas, no altruistas, los valores dominantes para subir la cuesta social.
La cultural emocional del neoliberalismo: entre el miedo y el narcisismo
Como destaca Arlie Hochschild (1979), toda sociedad se caracteriza por una serie de normas o reglas estructurales de disciplina social, jurídica y económica, pero también por una serie de reglas del sentir necesarias para consolidar el mismo sistema. Así, el sistema neoliberal nos ha educado, y nos ha impuesto su propia cultura emocional que se caracteriza por reglas del sentir como, por ejemplo, expresar respeto y admiración hacia las personas de éxito económico, depreciar los estratos sociales más bajos, culpar a otros individuos por lo que no funciona, tener miedo al expresar nuestro descontento o vergüenza al compartir nuestro sentir. Estas reglas se manifiestan en nuestras prácticas cotidianas como la intolerancia hacia el otro, la necesidad de autoridad y la negación de las problemáticas como la pobreza, la desigualdad, la violencia de género, el racismo. El mensaje que se repite incesantemente es que vivimos en el mejor sistema posible.
El modelo cultural promovido por el sistema neoliberal, que se está mostrando claramente en esta pandemia de COVID-19, nos permite comprender las diferentes respuestas a esta crisis que se han observado en muchos países: desde la negación y la voluntad de seguir como si no pasara nada, al llamado a la responsabilidad y a la solidaridad.
En cuanto a la negación de la gravedad de la pandemia, es evidente que refleja una ideología donde el crecimiento económico vale más de la vida humana, y donde esta última se jerarquiza, convirtiendo en sacrificables las personas mayores, porque no son productivas, y las clases sociales inferiores. El análisis de la dimensión emocional hace evidente como el narcisismo, el egoísmo y el cinismo están a la base de esta respuesta. Pero, además, hemos observado otras estrategias emocionales como la demonización del miedo a la enfermedad y la descalificación del cuidado y de la preocupación hacia los demás, por ejemplo, a través de las acusaciones de cobardía del presidente brasileño hacia quienes se quedan en casa y piden medidas para evitar el contagio. La cultura emocional neoliberal es tan profunda que seguramente muchas personas han sentido más miedo y ansiedad por perder privilegios que pensaban intocables o al menos seguros, que por perder su vida o la de sus seres queridos. Aquí también influye lo que los psicólogos llaman el mito de la invulnerabilidad, es decir, les toca a los demás, pero no a mí.
Una vez que la negación se convirtió en una narrativa políticamente incorrecta en muchos países donde empezaba a aumentar el número de contagiados y muertos, entonces se han puesto en evidencia reglas del sentir aún más perversas. Al no poder admitir que el sistema neoliberal nos ha vuelto muy vulnerables, porque esto puede generar mucho miedo en quienes se sienten amparados por él, y que inevitablemente hubiera llevado a culpar a quienes alimentan y promueven ese sistema, se canalizaron emociones como la rabia y la culpa hacia otros individuos. Los ejemplos en este caso son muchos: desde culpar a quién trajo el virus por haber viajado (que en el caso mexicano se alimenta por un resentimiento hacia las clases media y altas generado por la desigualdad social), a culpar a quienes no siguen las reglas de ‘distanciamiento social’ o de autoexclusión. A esto se añade el odio a comunidades que consideramos inferiores y culpables de esta pandemia; el desprecio a los más vulnerables que obligan a los que no lo son a parar sus actividades productivas; la admiración para los más hábiles en sacar beneficio de esta situación. Estas reglas están legitiman los ataques violentos a las comunidades asiáticas; al control social y las delaciones de vecinos a quienes rompen la cuarentena en Europa; los ataques de comunidades a autobuses que trasladan residentes de casa de mayores para que no entren en su territorio; el bloqueo de carreteras de vecinos que no quieren personas ‘ajenas’ a su comunidad; la demanda y aceptación de medidas autoritarias promovidas por los gobiernos, los cuáles es muy probable que aprovecharán la crisis para realizar un giro de tuerca a las libertades individuales y colectivas.
Porqué el activismo de base es importante
En este escenario orwelliano de autoritarismo, individualismo y desesperanza, los movimientos sociales siguen teniendo un papel fundamental en la construcción de alternativas sociales, siendo allí “donde surge la esperanza de un cambio, de otro mundo que todavía es posible y que hoy es aún más necesario que nunca”.
Por un lado, se puede observar cómo a nivel nacional y trasnacional los movimientos sociales han cancelado y suspendido sus actividades públicas y se han adaptado muy rápidamente a la nueva contingencia social que estamos viviendo. Un ejemplo es la organización de webinars, conferencias, asambleas y otras iniciativas en línea, así como de protestas digitales. Por el otro lado, a nivel local, muchos grupos de base se están organizando para enfrentar los costes sociales de esta pandemia y hacer frente a las necesidades que las comunidades más desfavorecidas están viviendo. En este caso no estamos hablando de asociaciones de trabajadores sociales, ONGs u otras entidades financiadas con fondos públicos y/o privados con el objetivo de solucionar las necesidades creadas por el sistema.
El activismo de base al cual nos referimos nace en los colectivos autónomos y autorganizados que practican la acción directa no solamente en los eventos de protesta sino también en la práctica cotidiana. En este caso, la acción directa está dirigida a generar mejorías de la condición humana dentro de una determinada comunidad oprimida, y a desarrollar métodos de autorganización para debilitar los vínculos de dependencia y las relaciones de chantaje entre el Estado y las comunidades como son, por ejemplo, las comunidades de migrantes ilegales, de sin techos, las comunidades nómadas, los presos y las comunidades marginalizadas en las ciudades.
Los grupos que ya trabajaban en temas de salud y cuidado con comunidades marginadas están proponiendo guías de autocuidado y prevención frente al COVID-19, apoyos a personas enfermas, muchas veces ilegales o en situación de vulnerabilidad, que no pueden ir al hospital o acudir con un médico para pedir sus medicamentos. En Milán, ciudad ubicada en la zona más afectada del contagio en Italia, la organización anarcosindicalista USI Sanitá (el sector salud del sindicato autónomo de base Unión Sindical Italiana) ha abierto una ventanilla para los vecinos del barrio Torricelli donde hacen prescripciones médicas, entrega de medicinas de forma gratuita, consultas médicas, psicológicas y laborales, siempre de forma gratuita. Estas prácticas se pueden observar también en otros países, como los Estados Unidos, donde diferentes colectivos están intentando garantizar el acceso de medicamento, curas y ayudas de primer auxilio a aquéllas personas marginales y marginalizadas por el actual modelo social. Los sindicados de base y autónomos, como la ya mencionada USI y la CNT española (Confederación Nacional del Trabajo), además han abierto ventanillas para apoyar a los trabajadores cuyos derechos están siendo pisoteados en esta crisis, y han apoyado huelgas en aquellos sectores no indispensables donde la producción no se había parado. Otra categoría importante que se puede observar en este contexto son los grupos que se están ocupando de recolectar y distribuir comida y bienes de primera necesidad. Un ejemplo es, en Newcastle Upon Tyne (Reino Unido), el proyecto de comedor popular The Magic Hat Café que se ocupa de reutilizar los productos alimentarios descartados por las grandes superficies, y que ahora está distribuyendo bolsas de comida a las familias más necesitadas. Cada día solo este colectivo logra repartir 800 bolsas de comida a más de 200 familias de Newcastle.
Una tercera y amplia categoría que realiza activismo de base, son los grupos que estaban involucrados en temáticas locales muy especificas como el apoyo a los migrantes, la lucha a los desalojos, la defensa de los derechos laborales, el antirracismo, el apoyo a las personas presas en las cárceles, entre otros. Estos grupos están reorganizando sus agendas en función de esta contingencia social. Algunos están produciendo material informativo sobre la pandemia, explicando cómo organizarse colectivamente para hacer frente a los problemas que se están generando y cómo crear grupos de afinidad (coronavirus resource kit). Este material es intercambiado por grupos de distintos países, traducido en diferentes idiomas de manera voluntaria y adaptado a las necesidades locales. Un ejemplo es la guía Sobreviviendo al Virus: Una guía anarquista, traducida de forma autogestiva en nueve idiomas. Otros colectivos, dada la pérdida de millones de puestos de trabajo, están demandando el bloqueo de las rentas, como el colectivo Station 40 en San Francisco, entre los promotores de la huelga mundial de la renta del 1 de abril. Los grupos que gestionan medios de comunicación independientes están intentando generar noticias fuera de la manipulación de los canales oficiales dedicados a la actual crisis social y su deriva autoritaria, y organizando programas de micrófonos abiertos para intercambiar experiencias de primera mano. Un ejemplo es la asamblea publica radiofónica propuesta por Radio Blackout en Turín (Italia) con el programa Rompi l’isolamento, parliamone insieme (Rompe el aislamiento, hablemos de eso juntos). Otros grupos están generando y juntando videos y audios de acceso abierto para niñas y niños. A esto se añaden las experiencias de grupos de compra para sustentar los proyectos de agricultura autónoma y autogestionada como, por ejemplo, Campi Aperti – Associazione per la Sovranità Alimentare. Otros más, como los espacios sociales ocupados en Italia se están convirtiendo en nodos de apoyo mutuo de los barrios donde están, proporcionando apoyo a los más necesitados y a las personas en riesgo como los adultos mayores y los inmunodeprimidos. Un ejemplo es el espacio social de Turín el CSOA Askatasuna con el proyecto Solidarietá di Quartiere (solidaridad de barrio) que está involucrando los vecinos en las acciones de mutuo apoyo. En la Ciudad de México, empiezan a desarrollarse redes de apoyo mutuo sobre todo dirigidas en la creación de bancos de alimentas para las personas más vulnerables, como la red Ayuda Mutua.
Las propuestas de estas experiencias de activismo de base frente a la crisis sanitaria, social y económica se sintetizan en dos lemas que circulan en estos grupos: El cuidado colectivo es nuestra mejor arma en contra del COVID-19 y Solidaridad, no caridad. Estos lemas reflejan los valores que están atrás de estos colectivos como el apoyo mutuo, la solidaridad autogestionada, el antiautoritarismo, entre otros. El llamado de estos grupos es superar la impotencia frente a la pandemia, participando en las diferentes actividades.
Este activismo, al desarrollar y poner en práctica propuestas comunitarias, a diferencia de las acciones individuales que todos podemos hacer (hacer las compras al vecino que no puede salir, compartir información en redes) tienen un potencial disruptivo porque pone en evidencia el fracaso de un sistema fundado en el individualismo y la competencia, generando una respuesta basada en la compasión y la solidaridad. Este proceso es extremamente importante para que se genere movilización porque permite transformar el miedo y el dolor en rabia, alimenta el descontento y favorece la identificación de los responsables. En la misma línea, también se puede observar una nueva narrativa que se está difundiendo en muchos países, incluido México, que señala al capitalismo como el “verdadero” virus. Estos argumentos son fortalecidos por los reportes de organizaciones ambientalistas, como el WWF, que muestran la vinculación entre el COVID-19, la destrucción de los ecosistemas y la producción industrial de carne.
Volviendo a la acción directa de los movimientos de base, además de mitigar los problemas sociales generados por el sistema, permiten vincular determinadas prácticas y valores con emociones colectivas. El apoyo mutuo y la solidaridad autogestionada permiten alimentar la esperanza de que los seres humanos seremos capaces de salir de esta crisis y de otras similares como la que derivará del colapso climático. Esto es relevante sobre todo en los jóvenes que sienten impotencia frente a lo que está pasando (pandemias, colapso climático, precarización de la vida) y desesperanza hacia al futuro.
El impacto emocional del activismo de base en las personas más vulnerables, como los mayores o los migrantes no documentados, se observa en que estos sujetos se sienten menos solos y vulnerables, adquiriendo un sentimiento de seguridad con respecto a la comunidad donde viven.
Además de esto, estas experiencias logran canalizar en las personas emociones morales (Jasper, 2018) como la indignación y el ultraje por ser considerados ciudadanos ‘desechables’ o ‘sacrificables’, la rabia y la desconfianza hacia las autoridades que de manera cínica muestran el número de muertes (limitadas, según ellos) como un logro de su administración, el respeto hacía los otros que sufren, permitiendo así romper con el narcisismo.
La emergencia de una cultura emocional contrahegemónica
Volviendo a la propuesta de Hochschild (1979), nuestra lectura de estas experiencias de activismo de base, es que, además de ayudar a muchas personas, están alimentando una cultura emocional contrahegemónica, que será necesaria no solo para superar esta pandemia, sino también las crisis que enfrentaremos en el futuro, como la crisis climática. Para poder superar al sistema neoliberal que se ha construido y fortalecido gracias a la difusión de una cultura individualista, basada en la sospecha, en el miedo hacia lo diverso, en la culpa siempre direccionada hacia otros individuos, en el deprecio a la vida humana y no humana, en la felicidad medida en bienes de consumo y visibilidad social, es necesario construir un mundo donde la compasión, la solidaridad, el respeto sean hacia todos los seres vivientes humanos y no humanos, y donde la culpa, la rabia, la indignación sean hacia quienes priorizan la riqueza y el crecimiento económico por encima de la vida.
Estamos en el inicio de una crisis más amplia y dolorosa de la que estamos viviendo ahora. No sabemos aún sus consecuencias, aunque ya podemos vislumbrarlas, porque este sistema que considera sacrificables a los más vulnerables por el virus, pero también causará estragos para recuperar las pérdidas económicas. A pesar de esto, no todo está perdido, porque miles de personas se están movilizando alrededor del mundo para generar las grietas que permitirán debilitar un sistema cuyas intenciones son más claras que nunca. No sabemos todavía si estas experiencias lograrán consolidar reglas del sentir contra-hegemónicas para debilitar la dimensión cultural del sistema, y menos si podrán poner un freno a las crisis económicas y políticas que vendrán, pero sin duda sabemos que para construir otros mundos todo lo que se está haciendo será necesario y será responsabilidad de todos. Es muy probable que no habrá una normalidad a la que volver, porque esta crisis dejará heridas y fracturas sociales muy profundas, pero también sabemos que la normalidad es la que nos ha llevado donde estamos, y estamos a tiempo para crear otra realidad.
Referencias
Hochschild, Arlie Russell (1979). Emotion Work, Feeling Rules, and Social Structure. American Journal of Sociology, 85: 551–75.
Jasper, James M. (2018). The Emotions of Protest. Chicago: University of Chicago Press.
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