Michelle Maffesoli (2004) sugiere dos categorías para comprender las dinámicas sociopolíticas de la actualidad: la saturación de la forma política y la socialidad. A través de ellas se pueden analizar cambios en las relaciones de la sociedad con la política y su ejercicio. Por ejemplo, el repliegue de los sentidos políticos hacia las esferas individuales de la vida social y el alejamiento de la política tradicional, se explican por la saturación de la praxis electoral y representativa que empuja a la sociedad hacia un gregarismo asentado en la cotidianidad (Maffesoli, 2004:75). Es decir, cuando el ejercicio convencional de la política ha llegado al límite de su capacidad, emergen desde la vida cotidiana nuevos sentidos políticos y solidarios denominados socialidad. El concepto es útil para explorar los vínculos entre la sociedad y la política. Por un lado, porque supone la presencia de mecanismos de protección respecto de las formas superiores del poder (Maffesoli, 2004:119). Por ejemplo, la protección contra las herencias institucionales autoritarias persistentes en democracias como la mexicana. Por otro lado, porque la socialidad contempla la vida sin calidad,[1] la participación en un barrio, en un grupo, en un equipo de fútbol, alrededor de un gurú o de un pequeño jefe local, una forma de clientelismo en la que se reinterpreta la jerarquía (Maffesoli, 2004:147).
Así, frente el desgaste de los ejercicios convencionales de participación política en democracia, producto de la desconfianza en el sistema político y de la frustración por las expectativas no cumplidas por gobiernos democráticamente electos, la sociedad abre espacios de socialización política que no han sido capturados por el propio sistema. La participación se reconfigura más allá de las competencias político electorales, cobrando importancia los proyectos comunitarios, el activismo en blogs y en redes sociales, que más que luchar contra la alienación con medios alienados (burocracia, partidos, militancia), practican la burla, la ironía, la risa, cosas que de manera soterrada contravienen a la normalización o a la domesticación (Maffesoli, 2004:79).
Evidencias de la saturación de la política convencional electoral y representativa existen muchas. El descenso en el apoyo a la democracia y el desinterés por la política son algunas de ellas: México ha perdido doce puntos porcentuales de apoyo a la democracia en lo que va de 1995 a 2013 (Latinobarómetro, 2013:19). Alrededor de 6 puntos de esa disminución se registraron entre 2004 y 2012, como se aprecia en la siguiente gráfica:
Elaboración propia con base en el Barómetro de las Américas (2010, 2013a).
Asimismo, la falta de interés por la política ha sido cada vez mayor durante los últimos quince años: la población que declaró no estar muy interesada o absolutamente no interesada en la política, pasó de 54% en el periodo 1994-1998 a 69% de 2010 a 2014 (Encuesta Mundial de Valores, 2014).
Elaboración propia con base en la Encuesta Mundial de Valores (2014).
Los niveles de confianza que la sociedad deposita en los partidos políticos, el congreso y el gobierno, ilustran también cómo la forma política electoral y representativa está saturada. En ese sentido, la proporción de quienes manifestaron haber tenido mucha confianza en los partidos decreció a lo largo de los últimos veinticinco años, esto es, más o menos desde los inicios de la transición a la democracia. A la par, el porcentaje de quienes no confían nada ha aumentado (Encuesta Mundial de Valores, 2014).
Elaboración propia con base en la Encuesta Mundial de Valores (2014).
Por su parte, la confianza en el congreso también decrece y exhibe una tendencia más o menos estable en el tiempo, que contrasta con el ensanchamiento del porcentaje de quienes declararon no tener nada de confianza en esa institución.
Elaboración propia con base en la Encuesta Mundial de Valores (2014).
El único dato que resulta aparentementemente contraintuitivo es la confianza en el gobierno, pues aunque la cantidad de quienes manifestaron no confiar nada desciende de manera importante de 1994 a 1998, eso no implicó un aumento real de la confianza. Por el contrario, se observa un descenso que inicia en dicho periodo y que llega a estabilizarse hacia los años 2004-2005, permanciendo más o menos así hasta la actualidad.
Elaboración propia con base en la Encuesta Mundial de Valores (2014).
La confianza es un bien público que cuando se vuelve precario altera el funcionamiento de las instituciones y la manera en que la sociedad está representada en ellas. De ahí que, el 75% de los mexicanos no se sienta representado por el gobierno y sólo el 22% declare que sí lo está (Latinobarómetro, 2015). En ese mismo tenor, el 77% piensa que los gobernantes son un grupo de poderosos que buscan el beneficio propio, frente al 21% que opina que se gobierna para el bien de todo el pueblo (Latinobarómetro, 2015).
Los datos expuestos esbozan a grandes rasgos cómo la saturación de la forma política convencional se incrementa paradójicamente entre más avanzó el tránsito a la democracia e incluso, cuando llega a consolidarse la alternancia política a nivel federal en el año 2000. La saturación es real y supone un movimiento de los sentidos políticos de la sociedad hacia otros espacios de experiencia política. Es probable que algunas evidencias de este traslado se encuentren en rasgos emergentes de la cultura política, como la participación de los mexicanos en organizaciones comunitarias. Según el Barómetro de las Américas (2010), 27.7% de la población asiste a reuniones de un comité o junta de mejoras para la comunidad.[2] No obstante, el tipo de participación política en el que más se involucra el 39% de los mexicanos, es en connversaciones sobre temas políticos con otras personas (Informe País, 2014:71), lo que confirma por qué razón el 31% habla frecuente o muy frecuentemente de política (Latinobarómetro, 2015).
La saturación de la forma política convencional denota el rechazo de la sociedad hacia el sistema político. Sin embargo, eso no significa que las múltiples interacciones que ahí se albergan queden libres de intervención, permitiendo que los actores tradicionales ejerzan su voluntad sin restricciones, como si la reubicación de los sentidos políticos fuera sinónimo de abandono o vaciamiento total del sistema y, por lo tanto, bastara reconocer que, en compensación, la participación en niveles comunitarios se ha intensificado.
En realidad, no existe una retirada absoluta como tal. Lo que sucede más bien es que, con la reubicación de la participación política en áreas más próximas a la vida cotidiana, también se han venido transformado los vínculos de la sociedad con el sistema político. Si bien ahora la politización puede ocurrir por fuera de éste, hay todavía algún nexo, pero con otras características. Básicamente, la relación se da desde la vigilancia, el control, la fiscalización y la obstaculización al sistema político. Aspectos a los que Rosanvallon (20007) ha denominado impolítica, es decir, formas institucionalizadas de desconfianza opuestas a la democracia electoral representativa. Son poderes indirectos diseminados en el cuerpo social: la democracia de la desconfianza organizada frente a la democracia de legitimidad electoral, contra poderes materializados en formas de control, obstrucción y judicialización de la política que implican mecanismos de supervisión, calificación y auditoría (Rosanvallon, 2007: 27-274).
La emergencia de unos sentidos políticos anclados a la vida cotidiana y otros orientados al control del sistema, es resultado de su saturación por desconfianza. Desconfianza vinculada con “la incapacidad de la política electoral representativa de cumplir sus promesas” (Rosanvallon, 2007:265). Dicha desconfianza se institucionaliza y materializa en prácticas políticas de control, obstrucción y judicialización de la política. Es así como la sociedad transformó su involucramiento con los asuntos públicos, marcando distancia con el sistema político en términos de un menor interés en competir por el poder a través de los partidos y de ejercerlo en órganos de representación política como el congreso o el gobierno, pero ampliando la vigilancia y el control hacia quienes hacen política desde su seno. Dicho de otra manera, “los ciudadanos ya no buscan conquistar el poder para ejercerlo. Su objetivo implícito es más bien encorsetarlo y disminuirlo […] Ya no se trata por lo tanto de limitar el poder como en la perspectiva liberal, sino de coaccionarlo y por decir así, transfigurarlo” (Rosanvallon, 2007:251-252).
La coacción y encorsetamiento del sistema político tienen indicios en el acceso a la información pública, un derecho a partir del cual se canaliza institucionalmente la necesidad de un ciudadano por conocer el quehacer del Estado. Cuando es ejercido a cabalidad se inducen directa o indirectamente acciones de vigilancia sobre funcionarios, actores políticos, sus decisiones y en general sobre las acciones que emprenden. El número de solicitudes de información realizadas por ciudadanos hacia instituciones y dependencias gubernamentales, es un indicador de la desconfianza institucionalizada y su vitalidad potencial como forma de participación política: sólo en los primeros seis años después de promulgada la ley en la materia, las solicitudes se incrementaron 71%, pasando de 24,097 en 2003 a 105,250 en 2008.[3]
Aunque hay otras posibilidades de obstrucción y vigilancia al sistema político, su desarrollo en México aún es incipiente. Piénsese en la judicialización de la política y en cómo los conflictos políticos, sociales o entre el Estado y la sociedad eventualmente se podrían resolver en los tribunales, porque cada vez más los diversos actores políticos y/o sociales verían como ventaja recurrir a ellos con el fin de proteger o promover sus intereses (Domingo, 2009:37).
En síntesis, aunque la vía electoral y representativa de la democracia muestra signos de desgaste, la sociedad encuentra siempre nuevos modos, espacios y experiencias para socializar políticamente. Si bien eso implica una separación de las dinámicas tradicionales del sistema político, no es sinónimo de indiferencia total con su funcionamiento, sino de una articulación más vigilante y fiscalizadora. Tampoco quiere decir que las competencias político electorales y la constitución formal de los poderes políticos corran el riesgo de desaparecer. Sin embargo, las decisiones que ahí se toman podrán ser cada vez más con mayor facilidad frenadas, transparentadas y cambiadas en función de los intereses de actores no vistos antes y de mecanismos creativos de una participación que encuentra nuevos canales para expandirse. Estas reflexiones convocan a profundizar el análisis sobre la interacción entre el sistema político y su contenido electoral-representativo, con aquella participación política que opta por la fiscalización y la vigilancia o bien, que habita en campos de interacciones microsociales que, en conjunto, desdoblan rasgos de la compleja realidad de la democracia actual.
Referencias
Domingo, Pilar. (2009). Ciudadanía, derechos y justicia en América Latina: Ciudadanización-judicialización de la política. Revista CIDOB d’Afers Internacionais, num. 85/86, 33-52.
Maffesoli, Michel. (2004). El tiempo de tribus. El ocaso del individualismo en las sociedades posmodernas, México, Siglo XXI editores.
Maffesoli, Michel. (2007). En el crisol de las apariencias: para una ética de la estética, México, Siglo XXI editores.
Rosanvallon, Pierre. (2007). La contrademocracia: la política en la era de la desconfianza, Buenos Aires, Manantial.
Documentos
Barómetro de las Américas. (2013a). Cultura política de la democracia en México y en las Américas, 2012: Hacia la igualdad de oportunidades. Latinoamerican Public Opinion Project LAPOP.
Barómetro de las Américas. (2013b). Cultura política de la democracia en Chile y en las Américas, 2012: Hacia la igualdad de oportunidades. Latinoamerican Public Opinion Project LAPOP.
Barómetro de las Américas. (2010a). Cultura política de la democracia en Chile, 2010. Latinoamerican Public Opinion Project LAPOP.
Encuesta Mundial de Valores. (2014). Disponible en: http://www.worldvaluessurvey.org/WVSOnline.jsp.
Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales. Disponible en: http://inicio.ifai.org.mx/SitePages/AIP-Estadisticas.aspx
Informe País. (2014). Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México, México, Instituto Federal Electoral.
Latinobarómetro. (2015). Análisis online, corporación Latinobarómetro. Disponible en: http://www.latinobarometro.org/latOnline.jsp
[1] La expresión “vida sin calidad” ha sido usada por Maffesoli en sus obras para referirse a la vida cotidiana marcada por “conocimientos ordinarios”. Por ejemplo: “[…] lo que escapa a la avidez de los poderes, por ser anodino, es lo conservatorio de la socialidad. Es así, el placer de los sentidos, lo vivido minúsculo, en suma la vida sin calidad, el que asegura, a la larga, el mantenimiento y la permanencia societales” (Maffesoli, 2007:85).
[2] El porcentaje corresponde a la suma de quienes acuden una vez a la semana, una o dos veces al mes y una o dos veces al año.
[3] Datos del Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.