Durante quince años he estudiado la forma como ciertos movimientos sociales interactúan con diversos actores institucionales en el contexto de políticas públicas muy concretas.[1] Más que utilizar modelos y enfoques prescriptivos, me he abocado al empleo de modelos analíticos de corte descriptivo. Es decir, me ha interesado mucho menos el concluir sobre “el deber ser” que el especular sobre “lo que es.” Así, simple y llanamente, con la única convicción ética de que el conocimiento sobre los actores, los procesos y los mecanismos causales constituye en sí mismo una aportación valiosa y útil.
Esas políticas públicas concretas a las que me refiero y que me han robado horas de sueño, trabajo, investigación y desvelo, son los llamados megaproyectos: aeropuertos, carreteras, presas, parques eólicos, refinerías, sólo por mencionar algunos ejemplos. Estas iniciativas me han fascinado por su enorme tamaño, por su capacidad para convertirse en mitos y leyendas en el contexto de los discursos y las narrativas sobre el desarrollo, pero sobre todo, por ser ejemplos ilustrativos de la parábola acerca del elefante y los sabios ciegos: el que tienta la cola piensa que se trata de un ratón, el que toca la trompa piensa que se trata de una serpiente, el que toca la pata asegura que se trata de un rinoceronte y así sucesivamente.
Es decir, para los tecnócratas y los funcionarios públicos con una visión elitista, se trata de valiosas iniciativas para generar crecimiento y desarrollo económico; oportunidades que deben decidirse “desde arriba”, con poco escrutinio y escasa participación pública debido a su complejidad y especificidades técnicas. En contraste, para las comunidades afectadas, el mismo megaproyecto puede significar algo muy distinto: un conjunto de impactos sociales y ambientales que son tal vez irreversibles, la destrucción de sus modos tradicionales de sustento o el desplazamiento forzado de comunidades enteras. Entre estos dos extremos podemos identificar una amplia gama de actores, posturas y visiones: los ambientalistas con una visión conservacionista que se oponen a cualquier megaproyecto o los ambientalistas moderados, con una visión más pragmática y que están dispuestos a identificar formas y modelos para compatibilizar los objetivos de desarrollo económico con los objetivos de protección del medio ambiente; sectores de la población que apoyan este tipo de iniciativas y otros que se mantienen indiferentes ante la polarización y la política que éstas suscitan.
En fin, esta especie de polisemia, que es común a toda política pública pero que es particularmente conspicua en el caso de los megaproyectos, es lo que más me ha inquietado durante estos años. Por un lado, me fascina la diversidad de visiones sobre una misma cosa en un mismo momento de la historia. Por otro lado, me parece interesantísimo que los valores de política pública y los criterios normativos que son utilizados para justificar un proyecto determinado en la arena pública, cambien continuamente a través del tiempo. En un momento dado hablamos de la necesidad del desarrollo rural integral, en otro momento hablamos del desarrollo sustentable y así sucesivamente. En un momento hablamos de un proyecto para solucionar los problemas de capacidad aeroportuaria de una ciudad y en otro hablamos de un proyecto integral de desarrollo que determinará la forma urbana de una megalópolis en el futuro.
Hay proyectos, como el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), que han estado en la agenda por casi cuarenta años y que constituyen un punto de referencia para contar la historia reciente de las políticas públicas en este país. Otros, como el Tajo de Nochistongo, cuya construcción en el siglo XVII marcó el inicio de un modelo de gestión hídrica que ha sido totalmente insustentable por más de cuatro siglos. Y otros más, como el proyecto para construir una conexión transoceánica en el Istmo de Tehuantepec, que podrían servir para dar cuenta de la frustración de ciertas élites a lo largo de 150 años.
Esto hace, necesariamente, que los movimientos sociales y los grupos de oposición que surgen para oponerse a dichas iniciativas también sean cambiantes, tanto en forma y tamaño, como en quejas y demandas. De la misma manera que los promotores utilizan estrategias camaleónicas para modificar las razones de apoyo a un megaproyecto, los grupos opositores tienen que buscar estrategias igualmente creativas. Se trata de una oscilación pendular entre “tecnocratizar los argumentos políticos” por un lado y “politizar los argumentos técnicos”, por el otro.
El ejemplo más burdo de esto llegó a mis oídos hace algunos años, de boca de un consultor que me contó sobre un famoso libramiento carretero que se inauguró hace unos años en una entidad del sureste mexicano (prefiero omitir el nombre para no afectar la reputación de mi informante, de los promotores del proyecto o de la entidad en cuestión). El caso es que el proyecto estaba pensado, planeado, evaluado y diseñado para que fuera de dos carriles. Sin embargo, cuando se hizo la ceremonia para iniciar los trabajos de construcción, el gobernador en cuestión lo anunció públicamente como un libramiento de cuatro carriles.
Cuando la ceremonia terminó, sus colaboradores no se preocuparon por corregir lo que el gobernador acababa de anunciar sino por encontrar los argumentos lógicos, técnicos y “racionales” para justificar los cuatro carriles. Y dicho y hecho, eventualmente encontraron la forma de fundamentar la inesperada ampliación y el libramiento se construyó y se inauguró con cuatro carriles. Las razones, por cierto, tenían mucha lógica y hacían sentido, lo que muestra lo maleable que puede ser la argumentación técnica y “objetiva”.
Esta anécdota me pareció muy relevante. Me mostró que, particularmente en la búsqueda de “lo que es” (en contraste con “lo que debe ser”) es inevitable toparse con casos tan absurdos, extraños y surrealistas, que desbordan cualquier explicación teórica desde las ciencias sociales. No importa si éstos son abordados con marcos analíticos integrales y con aportaciones desde distintos campos (ejemplo: políticas públicas y movimientos sociales), no es posible extraer sentido más allá de esa ontología, casi redundante: simplemente son.
Me pareció entonces que, aunque las ciencias sociales pueden ofrecer muchas y muy variadas explicaciones para este tipo de casos, debía haber algo más, quizás alguna manifestación artística, la que resultaría más útil para ilustrar y dar cuenta de todas las contradicciones y surrealismos característicos de este tipo de sucesos.
Fue así que decidí escribir y, eventualmente, dirigir una obra de teatro sobre el tema. El título es La Leyenda de Mu y, aunque la puesta en escena se ambienta en un lugar ficticio y en un tiempo indefinido, nos cuenta justo la historia de un grupo de ministros que viven en una isla y deciden construir un enorme puente para conectarse con el resto del mundo. La tensión dramática se deriva, precisamente, de la situación que ya he mencionado: originalmente el proyecto estaba planeado para tener dos carriles, pero a la hora de la hora, el gobernador decide anunciar cuatro carriles. Esto genera una serie de controversias, incluyendo la aparición de un movimiento social que se opone a todos los impactos que tendrá el citado puente.
La Leyenda de Mu es una combinación entre sátira política y teatro del absurdo al estilo de Eugen Ioneso, la cual pretende ofrecernos una crítica sobre el pensamiento racional-administrativo y la tecnocracia característica de los llamados megaproyectos. Al igual que mis trabajos académicos, la Leyenda no pretende dar fórmulas u ofrecer análisis prescriptivos sino dar una descripción de lo que es, tal cual. La diferencia es que el teatro es un espacio que permite abarcar las ambigüedades y contradicciones sin importar lo absurdas que éstas resulten. Se trata de un intento por entrarle al arte desde las ciencias sociales y viceversa. Ya veremos que tanto logramos que este proyecto tienda puentes entre ambos mundos…
La Leyenda de Mu se presentará en la Sala Novo (Madrid 13, Col. del Carmen, Coyoacán) todos los viernes, del 10 de junio al 15 de julio del 2016 a las 19:00 hrs y, posteriormente, en el Foro Contigo América (Arizona 156, Col. Nápoles) todos los sábados de Agosto del 2016.
[1] Véase Domínguez, J. Carlos. 2016. Megaproyectos fallidos en Latinoamérica. Sociología histórica y política comparada. México: Instituto Mora.
Me dieron muchas ganas de ir a ver la obra de teatro. Me parece que los actores sociales que quieren incidir en la política y los políticos que, queriendo o no, alteran la vida de las comunidades, tienen puntos de vista muy diferentes, que en ocasiones son irreconciliables y llevan a larguísimos procesos de lucha y negociación. Entonces, la preguntan sería: ¿cómo reconciliar puntos de vista tan distintos? ¿Hay posibilidades de reconciliación o están destinados a luchar por el resto de sus días?
Lamento mucho no haber podido ver la obra, pero está programada una nueva temporada en agosto. Quienes no pudimos verla tendremos otra oportunidad.
Jorge, estamos planeando ir hoy, Ana, Azu y yo, ¿vamos?
Vi una entrevista que le hicieron en TV y me intereso mucho su obra.Me pareció usted por su manera de hablar una escritor acorde y lógico.
Muchas gracias. Este sábado 27 es la última función de La Leyenda de Mu, en Foro Contigo América a las 19 hrs (Arizona #156, Col. Nápoles)