El próximo 10 de diciembre Cristina Fernández de Kirchner dejará su cargo como presidenta de Argentina luego de 12 años en los cuales estuvo al frente del país junto a Néstor Kirchner. Este ciclo representó sin duda un hecho único en la historia política Argentina, y probablemente mundial, no habiéndose dado antes una situación en la que la esposa sucediera en el Ejecutivo a su marido habiendo sido ambos electos por los votos de la ciudadanía.
Pero la marca que dejarán no será solo por eso. Si hay algo que no puede negarse es que el período de los Kirchner en el poder marcó un antes y un después que llevó a que nadie permaneciera indiferente: algunos, muchos, los amaron; otros, también muchos, los odiaron.
Esta división de las simpatías se explica en gran medida por una cualidad que plasmó a fuego el estilo de gobernar del matrimonio: nunca le huyeron a la disputa con los poderes fácticos más emblemáticos de la sociedad argentina y siempre se obstinaron en promover una ambiciosa agenda de reformas que por supuesto atentaba contra intereses creados. Así, durante sus gestiones Néstor y Cristina se enfrentaron con los militares, los grupos empresariales, los productores agropecuarios, la Iglesia, los grandes medios de comunicación, los organismos financieros internacionales y hasta los sindicatos y sectores anteriormente poderosos de su propia fuerza política, el peronismo. Algunas batallas las ganaron y otras las perdieron, pero nunca dejaron de poner nuevos temas en la agenda.
Néstor Kirchner llegó a la presidencia en mayo de 2003, luego de obtener sólo el 22% de los votos en la primera vuelta electoral y de que su contrincante en la segunda, Carlos Menem, decidiera no presentarse. Esta supuesta debilidad de origen intentó desde un principio ser suplida por la construcción de una legitimidad en el ejercicio. Para esto Kirchner retomó algunos de los reclamos que habían retumbado en el marco de la crisis política, económica y social de diciembre de 2001 y los hizo parte de su agenda. En este sentido, su ideario se construyó en contraposición al dogma neoliberal que durante la década del 90 había dominado la política argentina, reinstalando la necesidad de darle un rol central al Estado en la economía y promover la redistribución del ingreso a partir principalmente de un crecimiento que permitiera la generación de empleos y de políticas sociales inclusivas. Esta fue la tónica que persistió hasta el final del mandato de su esposa Cristina, quien lo sucedió en la presidencia en 2007 y resultó reelecta en 2011, y lo que ha llevado a que desde el oficialismo se hayan denominado a estos años como los de la “década ganada” (en contraposición a la década perdida de bajo crecimiento económico, crisis y desempleo de los años 80s).
El crecimiento sostenido a tasas cercanas al 10% que Argentina experimentó durante el período 2003-2008 marcó para muchos un viraje que contrastaba con la crisis que el país acababa de dejar atrás. Esto además se tradujo en una caída persistente de la desigualdad y de la pobreza (tendencia esta última que sin embargo se revirtió en los últimos años). El rol asumido por el Estado a través de políticas de nacionalización, la promoción de un aumento del salario mínimo, la institucionalización de negociaciones paritarias entre empleados y empleadores para sostener el poder adquisitivo de los salarios, políticas sociales cuasi-universales (como la asignación universal por hijo) y la expansión del sistema de seguridad social explican en parte estos resultados.
Otro aspecto distintivo de la gestión del matrimonio Kirchner fue el relacionado con los derechos humanos, tanto mirando hacia atrás (por ejemplo, reabriendo los juicios por violaciones de derechos humanos a los militares que habían participado en la última dictadura militar), como hacia adelante (promoviendo legislación para ampliar el goce de los mismos, como por ejemplo el matrimonio igualitario).
Estos avances convivieron sin embargo con un descuido por la calidad institucional y el orden republicano, un modo de hacer política centrado en la figura y el poder decisorio de los líderes que generó polarización en la sociedad y la alienación de sectores que no se sentían representados. Los casos de corrupción que llegan a rozar a la propia familia presidencial y a varios miembros o ex miembros del gobierno, y que incluso han dado lugar al procesamiento judicial del vicepresidente Amado Boudou, son otro elemento que aumentó el rechazo. Este creciente descontento se vio potenciado en los últimos años por el bajo crecimiento de la economía, la persistente inflación y la falta de divisas externas, temas que no fueron atendidos de manera oportuna.
Si bien el gobierno entrante ha propuesto un nuevo giro ideológico, el hecho de que al mismo tiempo se haya comprometido a sostener algunas de las políticas iniciadas en años anteriores permite avizorar que el legado de los Kirchner seguirá presente en el futuro por venir.