¿Hasta qué punto las tecnologías de la información y las redes sociales constituyen herramientas que facilitan la movilización, la protesta y las distintas actividades de un movimiento social?
Es fácil suponer que la hiperconexión característica de las sociedades contemporáneas, la cual es facilitada por las tecnologías de la información y comunicación (TICs), incluyendo redes sociales como Facebook o Twitter, facilita la protesta y la movilización social, amplía los canales de participación, y permite una mayor democratización del debate público. ¿Será cierto?
Hay ejemplos que vienen a la mente y que se han convertido en lugares comunes. El más significativo es la Primavera Árabe, es decir, las manifestaciones que se registraron en algunos países de la Península Árabe y del Norte de África, donde amplios sectores de la población se movilizaron en pro de los derechos sociales y políticos y a favor de una mayor apertura democrática. Se dice que las redes sociales y la hiperconectividad a partir de dispositivos móviles permitieron que las personas se organizaran y se movilizarán exitosamente, a pesar de enfrentarse a regímenes autoritarios que, precisamente, censuraban y castigaban distintas formas de participación y expresión política. A estas movilizaciones podemos sumar otros ejemplos en los que las TICs han jugado un papel importante, reduciendo el costo de la acción colectiva y facilitando la protesta y la movilización. Turquía y Brasil en el 2013, o el Reino Unido en el 2011 (aunque en este último caso se hable más de “vandalismo” que de protesta como tal). Y muchos otros casos alrededor del mundo…
Sin embargo, ¿estamos hablando de un cambio radical? En realidad… depende. Pensar que la relación entre protesta, TICs y participación política es unidireccional, automática y libre de ambigüedades, es un error. Desde mi punto de vista, un análisis más serio debería partir de las teorías sobre movimientos sociales que han surgido en las últimas tres décadas e insertar el papel e impacto de las TICs en el contexto de dichos marcos teóricos. Por ejemplo, cuestión de preferencia personal, yo suelo acudir a las variables y factores sugeridos por los enfoques teóricos anglosajones: las quejas, los marcos de acción colectiva, la movilización de recursos, la estructura de la oportunidad política, los aliados poderosos.
Hacerlo al revés, pensando que las TICs constituyen un parte aguas y que cambian completamente la lógica de la acción colectiva, a tal grado que las teorías y marcos analíticos de los que disponemos se vuelven irrelevantes, sobrestima el papel de las TICs y subestima otros factores. Por ejemplo, tres condiciones indispensables para que suceda la movilización y la protesta son: 1) de entrada, debe existir una queja; 2) dicha queja debe ser palpable –material o emocionalmente- y cercana a la realidad de los simpatizantes o activistas potenciales; y 3) debe tener el potencial de ser enmarcada en un contexto político más amplio. Es decir, desde el punto de vista de los activistas y simpatizantes potenciales, debe existir una queja por la cual valga la pena movilizarse. Este es el punto de partida y todo lo demás viene después: el cómo, el cuándo y el quién tienen que ver con el resto de las variables mencionadas.
El “cómo” depende de los recursos disponibles para la movilización. Aquí entran las TICs, pues efectivamente, pueden tener un gran impacto para conectar a individuos y comunidades, evadiendo la capacidad de reacción de las autoridades y las instituciones del Estado. El “cuándo” y el “quién” dependen de la estructura de la oportunidad política y de los aliados poderosos respectivamente. Aquí también pueden entrar las TICs, pues contribuyen a difundir datos e información sobre los momentos idóneos de la protesta y sobre quiénes podrían ayudarnos, pero no son el único determinante.
Cada uno de estos factores requiere de mayor elaboración y profundización, lo cual trasciende los objetivos de esta nota. Sin embargo, vale la pena recalcar que la naturaleza del primer elemento –la “queja”- es vital. Si yo vivo en carne propia las vicisitudes diarias de un régimen autoritario y además mataron a mi vecino, a mi amigo, a mi hermano, la queja se transforma en algo palpable y, entonces sí, las TICs se convierten en una herramienta poderosísima para encontrar, unirme y, sobre todo, organizarme con otros que están viviendo experiencias similares.
En contraste, si yo estoy en la comodidad de mi casa, checando Facebook o twiteando sobre la última película que vi en el cine y, entre las miles de imágenes encuentro una que me indigna (un niño sirio muerto en la playa), la experiencia sin duda me llevará a la acción política, pero las dimensiones y el compromiso son distintos. Le voy a dar “like” (lo que quiera que eso signifique) y tal vez firme una petición para que cambien las políticas migratorias en Europa. Sin embargo, la imagen del niño sirio en la playa se perderá en otro océano más grande: el de otras noticias, el de memes estúpidos, el de más “likes” y más anécdotas de mis amigos, el de las fotos de mis últimas vacaciones en Italia (vaya paradoja), etcétera.
Es decir, en este último caso, lejos de contribuir a la acción política significativa y con impacto, las TICs se convierten en un medio de entretenimiento que trivializa las quejas y las diluye en un mar de información. Más aún, desde el mismo momento en el que las TICs me quitan ratos de ocio y me mantienen ocupado, me quitan también incentivos para actuar políticamente. De esta manera, no es sorpresa que los ciclos de atención en las redes sociales –y los ciclos de protesta “electrónica”- duren tan poco y tengan tan poco impacto. Hoy estamos hablando de Ayotzinapa, mañana de la prohibición del uso de animales en los circos y pasado mañana sobre la selección nacional. En pocas palabras, sin una queja palpable –material y emocionalmente- el sujeto enfrente de la pantalla, lejos de contribuir a un mayor impacto político de una queja y una demanda, simplemente la trivializa. Las protestas duran poco y las que duran, simplemente no se enmarcan en un movimiento social más amplio y duradero.
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