La protesta no institucional ha sido históricamente relegada en los estudios sobre movimientos sociales por considerarse efímera, irracional o disruptiva. Sin embargo, en contextos de hartazgo institucional y autoritarismo gubernamental (como el de México y América Latina), estas expresiones adquieren un sentido profundo que las teorías clásicas no logran captar.
A menudo, cuando vemos protestas que bloquean carreteras, toman plazas públicas o rechazan cualquier diálogo con el gobierno, la tendencia es calificarlas como caóticas, irracionales o simplemente como explosiones de enojo sin propósito. No obstante, detrás de lo que parece pura emocionalidad, existe una lógica profunda y una capacidad de organización sorprendente. En México, dos movimientos emblemáticos, la lucha de Atenco (2001-2002) contra la construcción de un aeropuerto, y el levantamiento popular de Oaxaca en 2006 demostraron que lo que muchos llaman «irracional» en realidad es una forma creativa de hacer política cuando las vías convencionales están cerradas. Este artículo explora cómo estas protestas, lejos de ser meras reacciones, fueron acciones construidas colectivamente que cambiaron el rumbo de sus comunidades y dejaron lecciones profundas sobre el poder ciudadano.
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