Aquellas manifestaciones que nos marcaronPatricia García-Espín

Aquellas manifestaciones que nos marcaron

A veces recordamos manifestaciones que nos causaron impresión o disgusto, incluso, que provocaron cambios en nuestra manera de ver los asuntos políticos.

Las manifestaciones, marchas o concentraciones impactan en la institucionalidad dependiendo de sus apoyos y de su resonancia mediática. Casi siempre valoramos estas protestas por el volumen de personas que logran convocar o por los cambios políticos que suscitan. Sin embargo, hay otra dimensión no menos significativa: los efectos que provocan en sus protagonistas, en aquellos/as que se manifiestan o marchan. Decían Piven y Cloward (1978) que habíamos subestimado el enorme impacto cultural de algunas movilizaciones.

La implicación en protestas puede marcarnos: no solo a los líderes y organizadores que encabezan las pancartas, sino también a aquellos/as que forman el conglomerado. Y esta huella es importante por dos razones. Primero, porque algunos eventos de protesta desencadenan cambios en la subjetividad popular relacionados, a veces, con una concepción de la ciudadanía más activa (Jiménez-Sánchez y García-Espín, 2023). Segundo, porque esos impactos culturales pueden afectar a muchas personas y trascender los círculos activistas, más aún en escenarios donde manifestarse está crecientemente “normalizado” (Jiménez-Sánchez; 2011).

Cabe preguntarse, entonces, ¿qué aprendizajes y efectos culturales genera la participación en manifestaciones? Esta es la pregunta que nos hacíamos en el proyecto Proteica (CS2017-84861-P), en el contexto español de 2018 en adelante. En uno de los estudios, realizamos 44 entrevistas en profundidad a manifestantes en dos grandes eventos sucedidos en 2018 y 2019: las marchas del 8 de marzo por el Día de la Mujer Trabajadora y las manifestaciones por la mejora del sistema público de pensiones de jubilación. Fueron movilizaciones multitudinarias, sin grandes altercados, con efectos evidentes en los medios y en las políticas públicas. La mayoría de los entrevistados/as (35 de 44) no habían participado previamente en protestas o solo ocasionalmente; no eran ni activistas habituales ni organizadores.

¿El hecho de tomar parte en esas movilizaciones afectó de algún modo a su manera de ver lo político? Pues, en general, nuestros entrevistados/as reconocen algunos cambios en sus capacidades políticas o en la percepción de estas (Pollock III, 1983). Primero, notaron que tras implicarse hacían un mayor seguimiento de los temas de la protesta. Un 70% decía sentir una nueva “alerta informativa”, indagando y fijando su atención sobre el asunto en cuestión. Como exponía Sofía, una mujer de 70 años afectada por las bajas pensiones: “Yo pongo más atención [al tema] ¿no? porque antes pues igual pasaba de largo, pero claro […] [después de manifestarse] cuando ves la palabra ‘pensiones’, hija mía se te salen las antenas”.

La asistencia a estos eventos también puede dar lugar a un descubrimiento de nuevas posibilidades para contribuir a cambios sociales significativos, lo que se ha denominado sentimientos de “agencia” (Gamsom, 1992): uno/a puede contribuir a desafiar situaciones que considera injustas. Un 68% de entrevistados decían haber (re)descubierto esa posibilidad, como Teresa, de 55 años que tras haber ido al 8M, decía: “Me ha aportado el… el… el pensar en mí más como mujer individual […] Sí, porque siempre he sido…, la hija de…, la mujer de… la madre de…” “[Entonces, me dije] Tienes que hacer algo… Porque no estoy de acuerdo en muchas cosas que están pasando a las mujeres”. De repente, advierte esa posibilidad de intervención que antes estaba fuera de su radio de acción.

Asimismo, en torno a la mitad de nuestros entrevistados/as dicen que después de manifestarse entraron en contacto con organizaciones y colectivos que desconocían. Este efecto es importantísimo para muchos pensionistas que ven cómo la implicación les reporta vínculos sociales y organizativos que reducen su aislamiento (hablan de “salir más de casa”, “conocer a gente” o contactar con colectivos barriales). También la mitad de los entrevistados dicen sentir ahora una mayor seguridad deliberativa a la hora de defender sus posiciones y reconocen nuevas habilidades para protestar. Han aprendido lemas, la forma de hacer pancartas o cómo usar el megáfono, incluso algunos/as comienzan a sentirse cómodos entre la marea humana y los ritos que implica una manifestación:

“Al principio no [gritaba, ni coreaba lemas], pero al final… estaba con la que era mi mejor amiga y nos poníamos las dos… a tope. Pero yo creo que si no hubiese estado ella yo me habría cortado mucho. Luego, a las manifestaciones que… fui [después] a una manifestación sola, pero allí me encontré también a gente que conocía, pero no tenía confianza y también… ahí ya sí, porque claro, como ya tenía el recorrido hecho de haber ido a otras manifestaciones, ya sí me sentía más con fuerza”.

Hay un “saber estar” de tipo goffmaniano, que resulta algo intimidante al principio y que se va neutralizando con la práctica de la manifestación. En suma, la participación puede reportar saberes y capacidades políticas que, en ocasiones, se vinculan a una noción proactiva de la ciudadanía.

No obstante, los aprendizajes mencionados se dan en contextos de protesta particulares: se trataba de entrevistados/as con poca experiencia que habían acudido a eventos multitudinarios, con repercusiones evidentes en el debate público y en las medidas gubernamentales. Lógicamente, la participación les había generado entusiasmo y satisfacción.

Pero ¿qué ocurre en el marco de manifestaciones sometidas a represión violenta, con altos costes personales? ¿O en aquellas poco multitudinarias o escasamente exitosas desde el punto de vista del impacto mediático o institucional? Como las huelgas fallidas o violentadas, la participación en manifestaciones puede reforzar otras formas culturales menos halagüeñas: concepciones de la ciudadanía restringidas y excluyentes (Fishman, 2019) o sentimientos de agencia mermados en la mayoría de la población. Como dice Nina Eliasoph (1998), no toda participación suscita efectos positivos y loables.

 

Referencias

Eliasoph, Nina. Avoiding politics: How Americans produce apathy in everyday life. Cambridge University Press, 1998.

Fishman, Robert M. Democratic practice: Origins of the Iberian divide in political inclusion. Oxford University Press, 2019.

Gamson, William A. Talking politics. Cambridge university press, 1992.

Jiménez Sánchez, Manuel. La normalización de la protesta: El caso de las manifestaciones en España (1980-2008). Vol. 70. CIS, 2011.

Jiménez-Sánchez, Manuel, and Patricia García-Espín. «The mobilising memory of the 15-M movement: recollections and sediments in Spanish protest culture.» Social Movement Studies 22.3 (2023): 402-420.

Piven, Frances Fox, and Richard Cloward. Poor people’s movements: Why they succeed, how they fail. Vintage, 1978.

Pollock III, Philip H. «The participatory consequences of internal and external political efficacy: A research note.» Western Political Quarterly 36.3 (1983): 400-409.

Patricia García-Espín

Patricia García-Espín es profesora de Sociología Política en la Universidad de Granada, España. Obtuvo su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Ha centrado sus investigaciones en las políticas de democracia participativa, en la acción colectiva y en las desigualdades que dificultan un involucramiento activo. Recientemente publicó “Las articulaciones de la participación.” Ha publicado en revistas especializadas como Social Movement Studies, Democratization y Political Studies Review.

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