Cualquier persona interesada en comprender el origen, desarrollo o fin de una experiencia de protesta o de un movimiento social y las dinámicas que las caracterizan, sea investigador, estudiante o persona común y corriente, tendría que tomar en cuenta las emociones.
En nuestra experiencia como investigadores hemos podido observar que hablando y trabajando con sujetos involucrados en protestas y resistencias todos reconocen, describen o tratan de expresar sus emociones. Participando en primera persona, o sólo prestando atención al contenido de pancartas, carteles, o grafitis, así como al contenido de los comunicados y panfletos, es difícil no toparse con emociones. Lo que es menos evidente y a lo que se ha prestado menos atención hasta ahora, es el papel que juegan las emociones en las experiencias de protesta y los movimientos sociales.
Entre las herramientas de análisis más eficaces para explorar el papel de las emociones en las protestas y los movimientos sociales, la academia anglosajona nos ofrece una literatura que en los últimos veinticinco años ha llegado a constituir un nuevo paradigma para su estudio. Aunque hasta ahora se ha aplicado escasamente en la literatura académica hispanohablante, esta perspectiva nos guía en la incorporación de las emociones como factores explicativos de las protestas y los movimientos sociales permitiéndonos superar los límites de paradigmas que se concentraron en la estructura, en la figura del actor racional o en enfoques culturales que ponían énfasis en procesos cognitivos principalmente. Para entendernos, la pobreza por sí sola no es movilizadora, de otra manera todos los pobres se rebelarían. Pero cuando esa situación se vincula con otros elementos, como el sentimiento de injusticia, el ultraje, la rabia o el desprecio hacia “los otros”, la identificación con quienes sufren injusticia, se abre la posibilidad de que los pobres se movilicen.
Tampoco es suficiente para participar en movimientos sociales ser indígena, negro, mujer, estudiante, obrero u homosexual ya que sólo una parte de las personas que pertenecen a estas categorías se han unido a los movimientos que defienden los derechos del grupo al que pertenecen. El proceso de identificación colectiva es un proceso tanto cognitivo como emocional, y hay que compartir, no sólo un discurso, sino también determinadas emociones dirigidas hacia determinados sujetos para sentirse parte de un nosotros.
Los mismos límites los encontramos en las teorías de las oportunidades políticas o en la teoría de la movilización de recursos que, como su nombre indica, atribuyen la participación en protestas a la apertura o cierre de oportunidades o a la obtención de recursos, principalmente económicos, sin tener en cuenta, por ejemplo, los costes y beneficios emocionales que dejan las protestas en grupos de personas pobres y de abajo.
Para colmar estas lagunas, James Jasper (1997) ha propuesto un enfoque “culturalmente orientado” de la protesta que, partiendo de una visión constructivista de la realidad, incorpora la dimensión emocional devolviendo centralidad a los sujetos. Así, la literatura sobre emociones y protesta de los últimos veinticinco años nos permiten explorar qué tipo de emociones influyen en distintas dinámicas de la protesta, arrojando luz sobre aspectos poco explorados hasta ahora.
Pensemos en las manifestaciones anuales del 1º de mayo. No todos los trabajadores se sienten movidos de la misma manera en esta fecha. Para algunos no significa nada. Para otros es un momento de recuento en el que se muestra la fuerza de su sindicato. Para otros más es una fecha en la cual se reivindica la identidad colectiva del movimiento de los trabajadores. Participar en acciones colectivas en esta fecha puede ser importante porque, como se ha demostrado en la literatura, los eventos masivos crean emociones como entusiasmo, confianza, unión y con ello empoderan a quienes participan en ellos. Pero además, si analizamos el significado que distintos grupos atribuyen a esta fecha encontramos muchas otras razones para participar. Para los anarquistas, por ejemplo, ese día tiene un valor añadido ya que es la conmemoración de los mártires de Chicago, símbolo de la lucha anarcosindicalista por la jornada de ocho horas y las demandas de vida digna de los trabajadores. Organizar marchas y demostraciones públicas de unidad el 1º de mayo impide que las luchas de entonces se olviden y que, a pesar de que el capitalismo sigue oprimiendo a millones de personas, la esperanza sigua viva. Pero además, celebrando esta fecha se alimenta la identidad colectiva que también se fortalece al compartir las mismas emociones hacia los mismos sujetos.
De aquí la razón por la que muchos colectivos llaman a participar con base en emociones. En la convocatoria a la marcha del 1º de mayo de 2016 un colectivo estadounidense escribe: “Invitamos a todo el mundo a que comparta nuestros sentimientos de amor y rabia, a caminar con nosotrxs este 1º de mayo”.[1] Como se puede apreciar en este ejemplo, compartir emociones puede movilizar. Del mismo modo, en los comunicados del EZLN podemos leer: “Fueron el dolor y la rabia los que nos hicieron desafiarlo todo.” En el movimiento de Ayotzinapa muchos se pueden identificar con el lema: “Su dolor es nuestro dolor y su rabia es nuestra rabia”.
Ahora bien, ¿cuáles son las emociones que nos unen con otros sujetos? Desde el dolor y la rabia hasta el amor por una tierra o un ideal, son emociones definidas por Jasper (2006, 2012) como “morales”, es decir, vinculadas con ideas, valores y con el sentimiento de injusticia. Indignarse por un mismo acontecimiento o información, sentirse traicionado por los mismos actores, desconfiar, despreciar y odiar a otros son emociones que pueden generar una identidad colectiva. Por esa razón tales emociones son expresadas en pancartas, panfletos, comunicados y otros medios, porque al compartirlas otras personas tienen la oportunidad de identificarse con ellas y de sumarse a una lucha o reivindicación.
Si la rabia, el dolor, el amor, pueden tener un efecto movilizador, el miedo (sobre todo el miedo a la represión) puede tener uno desmovilizador. Se ha demostrado que la misma emoción puede provocar resultados opuestos según el contexto, es decir, a veces moviliza, otras desmoviliza. Un clima de miedo puede inhibir la participación, pero el miedo a perder derechos, el miedo a perder a alguien que se ama, o el miedo al olvido, entre otros, pueden movilizar. Queda mucho trabajo por hacer para determinar qué papel juegan las emociones en las protestas.
El reto para los que quieren comprender las protestas y los movimientos sociales es, no sólo limitarse a describir las emociones que se observan cuando se participa o se analiza, sino identificar las diferentes emociones que emergen en cada experiencia y el papel que tienen. También es necesario analizar cómo se manejan las emociones, tanto individual como colectivamente y el impacto del ‘trabajo emocional’ sobre los resultados de la lucha. De hecho, como demostró la socióloga Arlie Hochschild (1979, 1983), los individuos manejamos nuestras emociones y las de los demás tanto a nivel individual como colectivo. El manejo de las emociones consiste en suprimir, evocar o canalizar las emociones. Por ejemplo, si no se quiere abandonar la lucha hay que suprimir o sobrellevar el miedo a las represalias y evocar emociones como la esperanza y la solidaridad. De la misma manera, se puede transformar la vergüenza por ser mujer, pobre, gordo, indígena, por ejemplo, en orgullo o en rabia.
Analizar la dimensión emocional de la protesta y de los movimientos sociales en América Latina es un reto no sólo académico, ya que contamos con un retraso de unos veinte años en comparación con la literatura académica anglosajona, sino también práctico para activistas y personas comunes y corrientes que quieran comprender lo que viven o lo que está sucediendo a su alrededor.
Este reto no es de fácil ni rápida superación ya que incluye dificultades metodológicas y culturales como, por ejemplo, superar el dualismo entre irracionalidad y emociones aceptando que sentimientos y pensamientos son indivisibles. También hay que elegir el nivel de análisis ya que las emociones pueden ser analizadas a nivel micro, meso y macro, incluyendo la dimensión colectiva al análisis, ya que si bien son los individuos quienes sienten las emociones, su proceso de interpretación es social. Ese último aspecto es de particular importancia en el estudio de la protesta y de los movimientos sociales porque mucho del trabajo emocional se hace en estos contextos, la superación del miedo, por ejemplo, ocurre en una dimensión colectiva.
Notas
[1] Comunicado de la Federación Anarquista Rosa Negra en Boston (US). http://www.blackrosefed.org/amor-y-rabia-2016/
Referencias
Hochschild, Arlie R. (1983). The Managed Heart. The Commercialization of Human Feeling. Berkely: University of California Press.
Hochschild, Arlie R. (1979). Emotion work, feeling rules, and social structure. American Journal of Sociology 85: 551-575.
Jasper, James M. (1997). The Art Moral of Protest: Culture, Biography, and Creativity in Social Movements. Chicago: University Chicago Press.
Jasper, James M. (2006). Emotion and motivation, pp. 157–171 en Goodin, R. y Tilly, C. (eds.), Oxford Handbook of Contextual Political Studies (). Oxford: Oxford Univ. Press.
Jasper, James M. (2012). Las emociones y los movimientos sociales: veinte años de teoría e investigación. Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad 4(10), 46-66.
Felicidades! excelente síntesis de un trabajo de iniciación del tema en el campo de los estudios mexicanos de los movimientos sociales. Bien por Alice. Bien por Tomasso